
Amatlán de Cañas, el Pueblo Mágico escondido entre montañas
A veces, los mejores destinos no son los más famosos, sino aquellos que se guardan como un secreto entre montañas. Así descubrí Amatlán de Cañas, un rincón de Nayarit donde las casas de adobe cuentan historias, las calles empedradas invitan a caminar sin prisa y la naturaleza regala postales inolvidables.
Día 1: De Tepic a Amatlán, un viaje con sabor y tradición
Mi viaje comenzó en Tepic, la capital del estado, con un desayuno en Emiliano Comida y Vino, un restaurante en el centro que fusiona la cocina tradicional nayarita con técnicas de alta gastronomía.
Pedí huevos con pesto a la siciliana que consiste en pan de costra, huevos fritos, requesón, pesto de tomates deshidratados con ajo y albahaca y sabayón de queso pecorino.
Lo acompañé con un café de altura nayarita y de aroma envolvente, un toque de acidez que resaltaba su calidad y pan de masa madre.
Un inicio perfecto antes de emprender el camino
Desde Tepic, tomé la autopista Tepic-Ixtlán del Río y luego la carretera libre. A medida que avanzaba, el paisaje se transformaba: los cerros cubiertos de vegetación parecían tocar el cielo y el camino se llenaba de curvas que revelaban miradores naturales espectaculares.

Parada en Ahuacatlán: historia y arquitectura colonial
Antes de continuar, hice una parada en Ahuacatlán, un pueblo con un encanto colonial único.
En su plaza principal, me encontré con un ambiente tranquilo, rodeado de árboles frondosos y bancas donde la gente mayor del pueblo descansa, observando la vida pasar con la serenidad que solo los años pueden dar.
Lo que más me llamó la atención fueron sus dos iglesias imponentes, una frente a la otra. Por un lado, la Parroquia de San Francisco de Asís, con su fachada de cantera y su
campanario que se alza sobre el pueblo. Y al otro, la Iglesia del Señor del Perdón, un templo de arquitectura sencilla pero de gran valor histórico.
Un contraste arquitectónico que hace de esta plaza un punto fascinante.
Después de unos minutos disfrutando de la tranquilidad del lugar, retomé el camino hacia Amatlán de Cañas, pero antes tenía algunas paradas más.
Barranca del Oro: fotografías y un antojo inesperado
Mi primera parada fue Barranca del Oro, un pequeño pueblo enclavado entre montañas.
Desde sus miradores naturales, la vista era simplemente impresionante: cerros cubiertos de vegetación, nubes que parecían rozar la tierra y un aire fresco que invitaba a quedarse por horas.
Aquí aproveché para tomar algunas fotografías increíbles de la iglesia y las calles principales, donde me llamó la atención una casa con fachada antigua de color verde y una puerta de madera igualmente antigua, reflejo del carácter histórico del lugar.
Con el hambre comenzando a hacerse presente, decidí preguntar a un locatario de algún aperitivo y me recomendaron la panadería Nico, un pequeño establecimiento con aroma a pan recién horneado. Probé una concha y un cuerno relleno de cajeta, ambos con una textura esponjosa y el dulzor perfecto para continuar el camino con energía.
El Rosario y El Manto: un paraíso escondido
Siguiendo la ruta, llegué a El Rosario, un pueblo famoso por El Manto, un nacimiento de agua dentro de un cañón natural.
Para llegar a la cascada, descendí por una escalinata de 144 escalones. A medida que bajaba, el sonido del agua se intensificaban, y comencé a ver el cuerpo de agua que serpentea entre las rocas.
Al adentrarme más, descubrí un cañón natural con paredes de roca cubiertas de vegetación exuberante. Al final del recorrido, me encontré con la impresionante cascada de aproximadamente 7 metros de altura, cuyo velo de agua cristalina forma una cortina que invita a sumergirse. No dudé en darme un baño refrescante en sus aguas, sintiendo cómo la corriente revitalizaba cada parte de mi ser.
Estancia de los López: tradición, sabor y una calle detenida en el tiempo
El siguiente destino fue Estancia de los López, un pueblo con una fuerte tradición artesanal. Mi primera parada fue en la fábrica de cacahuate, donde presencié el proceso de elaboración con técnicas que han pasado de generación en generación.
Probé una salsa de cacahuate, con un equilibrio perfecto entre lo cremoso y lo picante, además de dulces garapiñados con miel y ajonjolí. Cada bocado tenía un sabor auténtico que reflejaba el cariño con el que se elaboraban estos productos.
A unas cuadras arriba de la plaza principal, me encontré con una calle donde todas las casas son de adobe. El paso del tiempo parecía haberse detenido ahí: paredes con texturas rústicas y al fondo, el verdor de la montaña contrastando con los tonos terrosos del pueblo.
Un rincón que transmite la esencia de la región en cada detalle, te muestro la foto que tomé ahí.
Amatlán de Cañas: historia, tradición y hospitalidad
Finalmente, llegué a Amatlán de Cañas. Al entrar al pueblo, sus calles empedradas y sus casas de adobe con techos de teja roja me dieron la bienvenida.
Mis pasos me llevaron a la Basílica Lateranense, también conocida como el Templo de Jesús de Nazareno, cuya construcción data de 1881. Al entrar, me llamó la atención la arquitectura del recinto y la imagen venerada de Jesús de Nazareno, reflejo de la profunda devoción de su comunidad.
Al salir, me encontré con el señor del tejuino, ubicado justo frente a la plaza. Compré un vaso bien frío de esta bebida fermentada de maíz, con su característico toque ácido y refrescante, perfecto para mitigar el calor del mediodía.
Me senté en la plaza principal, disfrutando del tejuino mientras observaba la vida cotidiana del pueblo.
Sabores que conquistan el alma
Después de recorrer el pueblo, el hambre me llevó hasta Los Tukanes, un restaurante tradicional donde probé los famosos camarones a la cora y una arrachera al carbón recién hecha, fue un verdadero festín.
Satisfecho y con el deseo de encontrar un lugar para descansar, me dirigí en busca de una estancia y encontré Bungalows Pavorreales, un alojamiento rodeado de naturaleza.

Día 2: Un recorrido por los sabores artesanales del chocolate
Inicié mi segundo día en Amatlán de Cañas con un buen desayuno en Mi Lindo Nayarit, un restaurante acogedor ubicado justo frente a la Basílica Lateranense. Opté por un plato tradicional: huevos al gusto, frijoles refritos y tortillas recién hechas a mano, que le daban ese toque casero inigualable. Acompañé la comida con un café de olla, perfecto para empezar la mañana con energía y el auténtico sabor de Nayarit.
Un recorrido por los sabores artesanales del chocolate Una de las joyas gastronómicas de Amatlán es su producción artesanal de chocolate y cacahuate, dos productos con una historia profundamente arraigada en la región.
En el corredor del chocolate con la señora Olga Lidia observé el proceso tradicional: el cacao se tuesta lentamente en comales de barro, luego se muele en piedra volcánica para obtener una pasta espesa y aromática. Probé una taza de chocolate de metate, preparada con canela. El sabor era intenso, con una textura ligeramente granulada que lo hacía aún más auténtico.
Un destino para descubrir
Después de dar un último paseo por sus calles, supe que este viaje había sido mucho más que una simple escapada. Amatlán de Cañas no es un destino de masas, es un refugio para quienes buscan autenticidad, historia y paisajes que roban el aliento. Me llevé más que recuerdos: me llevé sabores, historias y una conexión genuina con este rincón de Nayarit.